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Son piezas de colección, como los físicos, solo que digitales. Por ejemplo: obras de arte, vídeos, música y juegos, que conquistaron el mundo del arte.
Los criptomillonarios, que tienen Ethereum para gastar, ahora pueden invertir directamente en NFT y, de ese modo, mantener dinero en el ecosistema de las criptomonedas. Su auge está impulsado por el aumento acelerado de los precios y las expectativas de grandes retornos.
El año pasado, las transacciones en NFT ascendieron a USD 17.600 millones, según un informe de Nonfungible.com, una empresa de datos especializados en NFT. Chainalysis, por su parte, calcula que fueron más de USD 40.000 millones.
El año pasado, uno de los CryptoPunks de Larva Labs —una colección de 10.000 personajes “punk”, todos diferentes entre sí, ideados por dos tecnólogos creativos— se vendió nada menos que por USD 23,7 millones al director ejecutivo de Chain, una empresa tecnológica que usa tecnología de cadena de bloques.
Originalmente, cualquiera que tuviera una billetera digital en Ethereum podía reclamar gratis los CryptoPunks, de los que suele decirse que dieron inicio a la fiebre de los NFT. Apenas cuatro años después, el más barato cuesta ETH 60,95 (alrededor de USD 128.000, al 14 de mayo de 2022). Sin embargo, para los artistas como Allela, los NFT se están volviendo más populares porque resuelven un problema de larga data: cómo monetizar el arte digital.
Nuevas oportunidades potencialmente rentables se abren para los artistas, fotógrafos, animadores y demás, sobre todo en las economías en desarrollo, donde los creadores de contenido solían tener dificultades para ofrecer y vender sus obras en el multimillonario mercado tradicional del arte.
Se presenta una remezón en el mundo del arte, cuando las personas “acuñan”— un NFT, ejecutan un código almacenado en contratos inteligentes que asignan propiedad a través de un identificador único y de metadatos. Puesto que la información se registra en una cadena de bloques, que constituye un libro contable público, es muy sencillo verificar la propiedad. Y, si bien es posible copiar o falsificar un NFT, eso no ocurre con los metadatos asociados a la obra. Este concepto reviste una importancia radical.
Antes de la tecnología de cadena de bloques, era muy difícil que los artistas digitales pudieran demostrar que eran los creadores originales de una obra. La llegada de los NFT puso fin a ese problema e hizo temblar al modelo de negocios de las galerías comerciales, que tradicionalmente se llevaban la mayor parte de las ganancias del mercado del arte. Ahora, los artistas operan directamente en línea, en general a través de mercados como OpenSea o Nifty Gateway, y se libran de ese modo de la necesidad de un agente. En lugar de sacrificar entre 40% y 50% de sus ganancias ante el propietario de la galería, pagan una pequeña comisión por transacción.
Al contrario de lo que ocurre en el mundo tradicional del arte, el flipping (se compra un NFT cuando el proyecto es nuevo en el mercado, generalmente durante la fase de acuñación, y luego se vende a un precio más alto) es un fenómeno muy extendido. La práctica es mala palabra en el sector, y las galerías intentan sofocar todo intento de flipping por parte de coleccionistas y agentes. Sin embargo, con los NFT, cualquiera puede comprar, a menudo de forma anónima, lo que tienta a los inversionistas a revender enseguida y obtener una ganancia importante en lugar de conservar la obra como verdaderos coleccionistas.
A Osinachi, el artista digital nigeriano más rentable, que crea sus obras en Microsoft Word, no le parece que esté tan mal. “En el ámbito artístico tradicional, en general, el artista ni siquiera se entera del cambio de manos de su obra”, explica. “En la esfera de los NFT, recibes las regalías en tiempo real cuando se revende y se realiza el flipping”. Los NFT les permiten a los artistas obtener una parte de cualquier venta futura, lo que les da un cierto grado de seguridad financiera que no tienen la mayoría de los artistas tradicionales. Cuando los artistas venden obras usando tecnología de cadena de bloques, firman un contrato autoejecutable con el comprador en el que se establece el porcentaje de las regalías, a menudo entre el 10% y el 30%- Para los artistas, “eso es un montón”, dice Osinachi. “Y luego de su muerte, si un pariente tiene acceso a esa billetera, recibirá las regalías correspondientes a su obra”.
De todos modos, los NFT también presentan desafíos: el efecto ambiental de las criptomonedas es funesto, y las estafas abundan. En la más conocida, los creadores sacan el dinero apenas lanzado un proyecto criptográfico que parece legítimo y se fugan con los fondos de los inversionistas. Los inversionistas en criptomonedas perdieron más de USD 2.800 millones en este tipo de estafas el año pasado, según un informe de Chainalysis. Para el ciberdelito, también constituye un riesgo real que abarca desde la toma de control de cuentas hasta los mercados falsos.
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